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¿Brujería en Totolac? El espeluznante caso de la niña y el guajolote gigante

  • Foto del escritor: julioernestolpc
    julioernestolpc
  • 13 may
  • 3 Min. de lectura
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San Juan Totolac, Tlaxcala. Aunque para muchos este municipio es sinónimo de tradición y tranquilidad, entre sus habitantes circulan historias que pocos se atreven a contar en voz alta. Una de ellas aún se murmura entre vecinos del barrio La Candelaria, especialmente entre quienes vivieron ahí en los primeros años de la decada de los 70.


Fue en el año 1971 cuando se reportó un caso que, aunque oficialmente cerrado, sigue levantando preguntas sin respuesta. Una mujer llamada Soledad Barragán fue encarcelada tras la muerte inexplicable de su hija de seis años, Leticia.

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Según los registros policiales, Soledad llegó a la comandancia pasadas las 3:30 de la madrugada, corriendo por la calle acompañada de su vecino, Elías Romero, un hombre mayor que vivía cruzando la calle. Llevaba a su hija en brazos, cubierta con un rebozo, pálida y sin signos vitales.


La versión oficial señala que la menor murió por causas naturales o descuido doméstico. Sin embargo, la versión de los testigos es muy distinta… y escalofriante.


“No fue un accidente. Fue esa cosa que vimos en el árbol”


Don Elías fue uno de los primeros en declarar ante la policía. Aseguró que esa noche escuchó golpes en el techo y un chillido que lo hizo salir con una lámpara. Lo que vio lo dejó helado: una enorme ave negra, de poco más de un metro de alto, con los ojos rojos brillando desde un árbol de capulín.


Yo tengo armas en casa. Fui por la escopeta y disparé… pero no cayó, ni siquiera se movió. Era como si no fuera real… o como si las balas no le hicieran nada.


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Minutos después, Soledad tocó a su puerta desesperada. Lloraba. Decía que una cosa con alas había entrado a la habitación por la ventana y que su hija había dejado de respirar tras convulsionarse. El cuerpo de Leticia no mostraba signos evidentes de agresión, pero tenía marcas finas alrededor del cuello, como quemaduras circulares. No había explicación médica contundente.


Las autoridades, al no encontrar pruebas de allanamiento ni evidencias sobrenaturales, culparon a Soledad por omisión de cuidados y fue procesada como responsable de la muerte de su hija. Pasó casi tres años en prisión preventiva hasta que fue liberada por falta de pruebas… pero el estigma quedó.


“No era un guajolote normal…”

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Desde entonces, decenas de vecinos han asegurado ver aves muy grandes sobre los postes o árboles de Totolac. No se comportan como guajolotes comunes: no huyen, no graznan, y algunos dicen que desaparecen en un parpadeo.

En los barrios altos como Tepoxtla, las familias todavía colocan espejos y tijeras en cruz en las ventanas como protección, una práctica antigua heredada de los abuelos para alejar a las “tlahuelpuchis”: mujeres que, según la tradición nahua, pueden convertirse en aves para alimentarse de la sangre de los niños.


¿Realidad, psicosis colectiva… o verdad incómoda?


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El caso de Soledad Barragán nunca fue reabierto. La mayoría de los archivos del proceso desaparecieron cuando la presidencia municipal cambió de administración. Algunos aseguran que fue para proteger la imagen del municipio. Otros, que fue para ocultar algo más oscuro.

Hoy, la casa donde vivía Soledad está abandonada. Nadie ha querido habitarla. El árbol donde Elías vio a “esa cosa” fue talado en 1983, y él falleció un año después, sin cambiar jamás su versión.


Pero si visitas Totolac y caminas solo de noche… tal vez veas a un ave que te observa desde las sombras. Y tal vez entiendas por qué, en este pueblo, los guajolotes no son solo parte del paisaje.



🕯️ ¿Tú qué crees? ¿Locura o algo más?

📍 San Juan Totolac, Tlaxcala. Donde a veces… la realidad da más miedo que la ficción.

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